jueves, 1 de mayo de 2014

MÁSCARAS




Quién sabe si algún día tiraremos las máscaras
Que sin saberlo llevamos sobre el rostro
Eugenio Montale 


I

Quién sabe, Eugenio
si tiene sed la sed de la máscara que deja estrías en la carne
si tiene hambre el hambre que pone velos negros y ciega y ciega la ceguera

si tropezamos con los que vomitan estupideces o con los infieles de memoria castrada o con los de la lengua mordida por el largo invierno
o se deambula buscando el rostro pisoteado por las pasiones en la vereda del tiempo

Quién sabe, Eugenio, si algún día
el cómo avanzará entre la ficción y la realidad
y el por qué se adueñará del rostro de la memoria desmemoriada de nuestras máscaras


II 

Quién sabe, Eugenio
hablar con una ciudad desmantelada de cementos o nombrarla como otra que no cabe en las manos
usar su lenguaje sin retorno
ver mujeres partidas frente a la ventana
no admitir pájaros libres en la jaula sombría de su cristalino
flotar en la cama vacía del tiempo que amanece más temprano en las iglesias desnudas de santos y vírgenes
esconder tiernamente las plantas de los pies de los desamparados Ratas corruptas que van de cornisa en cornisa buscando la salvación
cenar con los justicieros los ajusticiados los suicidas al costado del basurero que pierde su piel en el ayuno

Quién sabe, Eugenio,
que la ficción del ojo cerrado es encontrarse con su nada.

III

Caminas por la piedras Por y entre las piedras Por y entre los dedos de los débiles que te arrastran a cualquier lugar
El torbellino te agazapa los botones de las flores marchitas en el jardín
y el cuerpo te desampara y el mundo te desampara el desamparo y la piedra se disuelve y te disuelve y la arena está y allí vas tambaleante inconsciente con tu propio genocidio del genocidio
y sobre los alambres que cruzan la terraza de tu casa los que te cruzan cuelgas las memorias máscaras óseas espirales transparentes vestidos destejidos geométricas armaduras de hiedras trepadoras o cuelgas nubes que no piden permiso para dejarte solo en la misma línea erecta horizontal del horizonte alambrado

Te das cuenta, Eugenio, que sólo vuelan plantas animales géiseres novas guerras invasiones otros nombres de hombres y una cierta mano impalpable que nos frota la luz del faro que sin saberlo llevamos en el rostro?

IV


Quién sabe si algún día, Eugenio,
detrás de los chorros de luz exista alguna calle desocupada
si detrás de una cicatriz haya un pómulo un hueso un graffiti excéntrico del rostro
si detrás de una fotografía sonámbula los colores no se desplomarán a la hora del gran festín
o si los márgenes son fantasmas de niños que orinan la devaluada ternura de un anciano
o si detrás de los hombres que viven en la intersección de lo desconocido podemos danzar frenéticos denunciando nuestro desierto

Quién sabe si algún día, Eugenio,
del adolescente combativo que se recibió de equilibrista quedará un anciano que pueda decir NO aunque le hayan cosido la boca a los huesos

V

Sin saberlo, Eugenio, llevamos sobre el rostro la ficción del mundo

A primera hora, cuando la niebla se levanta, el lugar donde estábamos ayer, es una imitación Unos sonidos de alas de palomas friccionándose avivan el desove Los ateos van a la iglesia y oran La mitad de las sombras famélicas trafican ilusiones

El cuerpo, ausente de este mundo, es aquél árbol ésta raíz una caricatura en un parque de un par de amantes recostados en el banco de la plaza Y más allá unas manos que venden estampitas con ángeles y demonios o velones rojos para el atrio Y aquí, el actor que fragmenta la noche

Sin saberlo, Eugenio, el hombre le sonríe a su casa vacía a su refugio de papel a su mirar con el blanco del ojo a sus racimos de uva color quebracho a su musiquita desafinada a su ciudad perseguida a su todo a su desvalido cielo de deseos

Casi punto suspensivo casi singulares puntos suspensivos y una línea nerviosa  nos recorre las manos
Ediciones La Guillotina Plaquetas
SProducciones
©  Silvia Pastrana – 2007

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