viernes, 7 de octubre de 2011

ACERCA DE LA PRESENTACIÓN DE LOS TRILLIZOS

por JOSÉ EMILIO TALLARICO

Agradezco públicamente a Silvia esta posibilidad de participar de la presentación formal de sus últimos trabajos. No es la primera vez, por cierto, que tomo contacto con su poesía, hace algunos años habíamos hablado de uno de sus libros: HD, en este mismo café, cuando fue nuestra invitada en un encuentro del ciclo de lecturas y entrevistas El orate y la musa. Afinando la memoria y yendo un poco hacia atrás: su libro Zafiro, por ejemplo, ya nos señalaba el carácter intimista de su obra, aunque a esta altura de los tiempos quizá sea necesario otorgarle a esta palabra (intimismo) una cuota de actualidad, una resignificación, como suele decirse. Narrar una intimidad implica confrontarla, es decir, ofrecerla para que a través de sucesivas instancias (intensidades, focalizaciones, elusiones, etc.) se puedan cotejar los entramados de los que se vale y, en nuestro caso, aprehenderla en función de las formulaciones dramáticas que atraviesan la poesía de Silvia. Estoy hablando de aproximarnos (hasta donde se pueda) a aquel arroyo púrpura que corre bajo la palabra, como decía Héctor Murena.

Intimismo entonces, pero intimismo de la reflexión, de la exposición y del riesgo.

En los libros de Silvia reconozco también una cierta fruición por el detalle, no en tanto búsqueda descriptiva, sino por el ejercicio de una suerte de mirada fenoménica: hay un ir y venir de la subjetividad, enmarcada por un lirismo reflexivo y audaz.

Estamos ante una poesía penetrante que aporta claves, sugerencias y versiones de una historia posible.

Historias, objetos, cuerpos: palabras de las que se apropia el discurso poético, con obstinación, con avidez. Masa crítica que debe desembocar en un decir inminente: especular en su estrategia, profundo en sus resultados.

Todos los ángulos son válidos en su tarea de acorralar el objeto, todo intercambio de carga simbólica se vuelve necesario.

Estos mecanismos, fortalecidos en Hueso de durazno, van acotando su vigencia a medida que arribamos a Piedritas, el poemario más reciente.

Y ya que hacemos este recorrido, detengámonos un momento para entrever semejanzas y diferencias en los libros de Silvia. Me llamó la atención algo que podría llamar “situacional”, algo relacionado con el ámbito, con el espacio donde se plantea esta poética. Ambientes cerrados en los que predomina este objeto-palabra: la cama (recordemos uno de los títulos: La cama vacía (de todo nombre); pero hay otros elementos que se dan cita con regularidad, tales como vacío, casa, cuerpo, óxido, polvo. Si hablamos de diferencias, desde el punto de vista de lo que me quedó al cabo de leer cada poemario: HD es una gran pregunta, un relato que acomete la realidad circundante; LCV es un canto a la experiencia y una manera de absolutizar el erotismo. En P, en cambio, Silvia abandona la escritura experimental y busca poemas más ceñidos que, a mi criterio, dan cuenta de un balance o apuntan a la construcción de una gran respuesta frente a cuestiones de orden práctico o existencial.

Poesía donde el yo tiene apariciones fugaces y que recurre con frecuencia a ese lugar del relato que en la literatura se llama omnisciente (pág. 15 de P) “barrió los ángulos de la calle/ sin la furia ni las caricias de sus manos/ la brisa desintegró los jazmines sepia/ no importa, dice/ lo que importa/ es el jarrón de porcelana rojo/ importado de china/ y el aroma a frutilla// sahumerios artesanales/ gastados por el fuego”. A propósito, de este fragmento se desprende otra cualidad de la poesía de Silvia: la ironía.

¿Poesía con enigmas? Tal vez. Eso sí, poesía con claves, señales, mojones, pistas a seguir, en la que podremos rastrear los intercambios de carga simbólica entre diferentes objetos y situaciones.

Poesía con disparadores que son, en buena medida, citas de autores fundamentales como Antonin Artaud, Octavio Paz, Roberto Juarroz y otros; con disparadores propios, también, que la autora destaca con negrita, con corchetes o con tachaduras, suerte de grafismos que conllevan una crítica explícita a la presunta univocidad de los discursos, incluído el poético.

Poesía que no necesita arrasar al lector, que no es preciosista, que no se abandona al mero fluir sonoro. Poesía que señala, relata, subraya, sugiere, instala un clima, y que conmueve por acumulación es decir, a través de certeros y reiterados hallazgos. Poesía exigente, sin duda. Pero de entre todas las cosas que me dice la poesía de Silvia, si tuviera que arreglármelas con una sola palabra para expresar lo que percibo –no sólo en cuanto a su obra propiamente dicha, sino desde lo que irradia su persona poética- recurriría a esta palabra: confianza, confianza en el poder de la poesía como instrumento de intensificación de la experiencia. Silvia-poeta nos coloca ante el dilema, nunca resuelto, de la capacidad de conocimiento del mundo que tendría la palabra poética. Nos invita a repensar ese potencial de autoconocimiento o de revelación que yace en el seno del lenguaje.

Está claro que Silvia ha tomado partido desde hace tiempo. Sus libros son un testimonio irrefutable. El lector sabrá valorarlos.

Bs. As. 14 de septiembre de 2011

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